miércoles, 4 de septiembre de 2019

El populismo, caso Pedro Sánchez


El populismo, caso Pedro Sánchez

El populismo ha tomado por asalto España. Una afirmación que, escrita al momento en que Pedro Sánchez logró un pacto para realizar una moción de censura y luego poder ser investido como presidente de España a finales de junio del 2018, resultó para muchos temeraria. Dadas las características y la coyuntura actual de la política española (septiembre del 2019) y dado lo controvertido que puede resultar tal afirmación para un político (Pedro Sánchez) respaldado por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), es necesario exponer argumentos consistentes y que además puedan ser contrastados a la luz de los últimos acontecimientos. Esta realidad me permite, esto escribo con pesar, volver a la afirmación de hace un año sin ningún temor. El populismo ha tomado por asalto una moderna democracia europea.
La RAE define el populismo como la «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares» y las ciencias sociales como «una ideología que se basa en la diferenciación y la posición maniquea (la filosofía que reduce la explicación de la realidad a dos principios opuestos) entre “el pueblo” (que es visto de forma positiva) y “la élite” (concebida como una forma negativa)».
Esta forma de hacer política -el populismo- debe ser separada de ideologías ordenadas -el Comunismo y el Fascismo poseen técnicas similares en cuanto nos referimos a la forma de la toma del poder y la administración del gobierno; pero estas -ideologías- no se ocultan bajo un zurcido manto democrático. Por esto y aunque parezca contradictorio, existe el populismo de izquierda -aquella que siguiendo la teoría Marxista acepta la dicotomía pueblo-élite definiendo pueblo como la clase social explotada y a la élite como la clase social explotadora-; y el populismo de derecha -aquella que concibe al pueblo por una característica biológica o cultural que la hace superior pero que dado un contexto político especial se encuentra bajo el yugo de una élite que se encuentra en el poder-.
Es esta oposición maniqueísta la que predomina -en los movimientos populistas- como técnica de seducción electoral. Técnica que se convierte en aún más importante que las raíces ideológicas mismas, no importando si estás son de izquierda o derecha, pero que en sus extremos tienen en común su oposición abierta a la democracia liberal -a la que se culpa de todos los males posibles- y que se convierte en una posición que deja una estela clara que permite identificar este tipo de movimientos políticos. Creo, sin embargo, que es necesario añadir dos elementos que han sido minimizados al momento de concluir esta identificación -en diferentes realidades nacionales e históricas y donde la diferencia izquierda derecha todavía predomina- para los análisis teóricos.  
El dinamismo militante. Una vez establecida la negación -señalado el enemigo: el Imperio, la Unión Europea, los inmigrantes, la casta, el pantano de Washington o de Génova, la extrema izquierda o la extrema derecha, etc- se ofrece una afirmación que se traduce en soluciones fáciles para problemas complejos que aquejan a la sociedad. Problemas que pronto serán solucionados por políticas de “sentido común y/o patrióticas”. Una serie de soluciones que para ser implementadas necesitan una serie de acciones -solo desde el poder- que garanticen conducirán al “pueblo” a un lugar que se le ha negado o robado. Para llegar a esa meta se necesita rendirse a un dinamismo militante sostenida por una renovación de una fe “perdida”, en este caso, en la democracia que hay que renovar/transformar para adaptarla a la nueva utopía. Cuando solo se pronostica el mal, no son los razonamientos los que pueden devolver la fe a quienes desesperan de todo, sino solamente la pasión. Por eso, todos los populismos, se encuentran en una eterna campaña electoral. Esta eterna movilización provoca y requiere de una militancia comprometida con lo pragmático de los resultados que al final deben sobreponerse a cualquier tipo de valores y principios. Es entonces cuando se justifican los propios actos y se requiere de la fórmula de Jünger que al final se convierten en el real programa político “devenir vale más que sobrevivir”. Pero esta fórmula significa identificar la corriente de la vida en el nivel más bajo y contra toda realidad superior. Rosenberg termina esta identificación al referirse a esta manera de devenir como “el estilo de una columna en marcha, y poco importa -al final- hacía que destino y para qué fin esta columna está en marcha”. La verdadera lógica de este dinamismo, al final, es la derrota o el caminar de conquista en conquista o de enemigo en enemigo. Aquí los valores sucumben ante lo pragmático.  El logro de la meta requiere esfuerzos sobrehumanos.
El único guía. Para poder mantener cohesionado una militancia ferviente el populismo necesita de un único guía. Aquel ser que encarne las ansias de reivindicación de un pueblo sometido y al mismo tiempo señale el camino correcto.  La eterna discusión sobre qué aparece primero, el dirigente político o la coyuntura que da valor a este ser, me parece desvía el punto sobre lo esencial dado que ambas realidades solo se materializan en una eterna dialéctica. La discusión esencial radica en identificar este “tipo” de guía ya que será éste quien defina el “estilo” del movimiento sobre el que se construirá el nuevo relato. Un relato que se basa en el cinismo. Hanna Arendt en su origen del totalitarismo describe este proceso con maestría.  "En un mundo siempre cambiante e incomprensible, las masas habían llegado al punto en que, al mismo tiempo, creerían en todo y en nada, pensarían que todo era posible y nada era cierto... Los líderes de masas totalitarios basaron su propaganda en la correcto suposición psicológica de que, bajo tales condiciones, uno -el líder- podría hacer creer a la gente las declaraciones más fantásticas y confiar en que si al día siguiente se les da una prueba irrefutable de su falsedad, se refugiarían en el cinismo; en lugar de abandonar a los líderes que les habían mentido, -sus seguidores- protestarían diciendo que sabían desde el principio que la declaración era una mentira y que admirarían a los líderes por su astucia táctica superior". Nuestro tiempo ha vuelto a esa coyuntura donde Stalin y Hitler -a quienes se refiere Arendt- se hacen reconocibles no en el pasado, sino en premoniciones de un posible futuro. Pero, es este cinismo actual que sin pudor alguno se ha convertido en método político. Un método que, en democracias como la española, todavía es rechazada por una mayoría. Pero ahí radica el peligro, un poco de carisma puede ayudar a convencer a la mayoría de rebajar el cinismo a algo banal. Esta banalidad es el germen, la fuente donde nace cualquier totalitarismo.  Boris Jonhson proclama que, como táctica general de vida, “es normalmente rentable el dejar deslizar que uno no sabe de un tema, ya que dar la leve impresión de que uno pretende de forma deliberada no saber del tema -y aunque en realidad uno no sepa nada- hará que la gente no pueda diferenciar entre si uno sabe o no”. En esta época, donde los políticos repiten los principios de la democracia hasta vaciarlos de contenido, uno ya no se puede asombrar de lo asombroso; solo queda lo cínico. Por eso, una inocencia calculada logra convertir una técnica terrible en digerible para la masa. Con semejante técnica, además, se puede reconstruir la realidad a la medida de las necesidades del guía que cínicamente, además, se declara el único ser honesto. Las mentiras, hoy, son tan descaradas que hacen dudar de la realidad visible, comprobable; pero que en la voz del único guía -más aun cuando este las “escribe” desde el poder- se convierten en “la verdad” que debe ser sostenida por un séquito intelectual y una militancia adoctrinada. Cuando los intelectuales y políticos se rinden y aceptan estas formas, cuando el Gleichscgaltung (adaptación al nuevo régimen) se convierte en la norma, una democracia solo tiene un final posible; su destrucción.
Cabe recalcar que no comparo a ningún líder populista y mucho menos a Sánchez con Hitler o Stalin, sus actos no se acercan a la crueldad y terror que estos líderes totalitarios ejecutaron; comparo a los populistas actuales con los líderes que precedieron un periodo tan oscuro en la humanidad, aunque en algunos países esta oscuridad no se hace tan lejana. La democracia, no solo en España, en este tiempo, todavía presenta batalla y es ahí la importancia de recordar lo que ya se ha -con horror- vivido.
Pero hoy, es la Verdad -en este contexto político- quien esta imputada y debe demostrar su inocencia. En términos más simples, es el tiempo en que la razón pesa menos que las ansias de poder, aunque esta -ambición- se camufle en postulados y sistemas teóricos estructurados. Así, ya no es extraño ver a Donald Trump que se declara liberal en lo económico usar técnicas proteccionistas; no es desconcertante comprobar que Evo Morales que se autoproclama protector de la madre tierra y socialista, legalizar la quema de los bosques para ampliar esa necesidad “capitalista salvaje” de crear riqueza a toda costa. Lo importante es que el único guía -aunque este solo sea la cara visible del movimiento militante que pretende o se aferra al poder- sostiene el nuevo relato al que, primero su partido y luego la sociedad entera, debe ceder.
Así, una democracia infectada por un virus que la ataca desde dentro, se encuentra agonizante. El principio -uno de los pilares de la democracia liberal- basado en que el ser humano es corruptible, por lo que precisa de unos contrapesos en el poder -donde los conceptos legales técnicos se sobreponen a la ambición personal o grupal-, es catalogada por los populismos como ineficiente para sostener una democracia asediada por una amenaza “claramente” identificada. La consecuencia inmediata es la aceptación que las instituciones no son contrapesos de poder, son en verdad lastres que deben ser arrebatados para poder combatir con eficiencia a ese enemigo. Aquí, la democracia liberal -que ha elevado a dogma la aceptación del que el “cliente-votante” nunca se equivoca- se enfrenta a un virus que la enferma desde su mismo sistema de defensa; elecciones.
El populista cuestiona los principios de las constituciones -que es diferente a plantear modificaciones puntuales que la actualicen- argumentando que incluso estos -los Principios- pueden ser llevadas a votación si es el “pueblo” el que lo pide. Sin embargo, dichos Pilares son la representación política de consenso -los fundamentos- sobre la que se sostienen el edificio de la democracia; sin estos fundamentos la democracia no se actualiza, se convierte en otro sistema político. Si una mayoría pretende lograr que se norme la ablación (circuncisión femenina) o que se establezca un único partido, esta propuesta debe ser rechazada por aquellos que creen en la democracia ya que no solo se estaría cambiando una norma; se destruiría un Principio de la democracia sin el cual se empieza un recorrido hacía el campo de concentración.
Y aquí seguro se cuestionará mi afirmación de hace un año. ¿Se puede acusar a Pedro Sánchez, incluso al PSOE, de ser populistas? Más de 100 años de historia son muy difíciles de cuestionar es cierto, pero no se cuestiona esta historia, se alega contra el presente. Pero Pedro Sánchez, es realidad un mejor ejemplo, dado su estilo diferente de otros líderes populistas que asumen lo ordinario y lo inculto como necesidad para ser entendido por las masas. Y el presente político del PSOE muestra al actual partido de gobierno en España y su presidente con las características inequívocas de un populismo, si se incluyen los dos aspectos que menciono párrafos arriba. Pero es este grado de sutileza, de astucia en el relato y los actos que debe ser denunciado ya que representa un peligro mayor. El partido Republicano -con tanta historia democrática también- sigue este proceso de degradación y, ya pocos dudan que sus seguidores son más “banane republicaner” bajo el dominio de Donal Trump que seguidores de un partido que atesora principios democráticos. Una parte del partido conservador en Inglaterra se ha rendido a Boris Johnson que asume que el sistema de cooperación, construida después de las matanzas de la segunda guerra mundial, perjudica a la nación. Así que la historia grande de un partido político no es suficiente garantía cuando se lo ha infectado de populismo.
Y Pedro Sánchez, sin duda alguna, ha cambiado al PSOE que construye un nuevo relato que eleva la fórmula -devenir (del ego) es mejor que sobrevivir- a un estado latente. Su libro -escrito mientras es presidente en funciones- tiene el llamativo título de Manual de la resistencia.
Un devenir que se rastrea en actos puntuales. Para lograr la moción de censura y luego la investidura de Junio de 2018, el líder del PSOE prefirió asumir el relato de Unidas Podemos -partido tildado de populista- para convencer. En ese entonces, Sánchez, hablaba de: Presupuestos dignos; de los brazos abiertos a los buques que rescataban migrantes en el mediterráneo; de una época de regeneración donde las instituciones no fueran absorbidas por el partido de gobierno; teorizaba con una nación de naciones. Una vez en el poder: se contabilizan como éxitos propios los logros alcanzados en parte por unos presupuestos que fueron consensuados por el PP y el PSOE califico de inmoral en su momento; los brazos ya no permanecen abiertos; se mete mano en las instituciones de todos, RTVE y el CIS muestran cada vez más parcialidad con las necesidades de Sánchez; se pacta -en secreto- con los partidos que alientan el separatismo mientras se grita que ellos -los del PSOE- apoyaron al PP para aplicar el artículo 155 para luchar contra estos mismos partidos; se utiliza la memoria histórica para promover el nuevo relato donde solo existió un partido que defendió y construyo la democracia. La ideología o la coherencia siempre supeditadas al poder. Un año después, los postulados prestados de Podemos y que ayudaron a convencer -aunque se los mantiene cuando es necesario- son denunciados como extremistas. Y esta denuncia, como jugada política, sirve para justificar el no realizar una coalición de gobierno con un partido con similitudes ideológicas y con los que incluso ya pactaron unos presupuestos para la nueva legislatura. Por este deseo de hegemonizar la izquierda y luego avanzar, y no necesariamente por lograr políticas de izquierda, es que devela de forma más clara el tipo de movimiento que Sánchez dirige. Un deseo que se puede resumir en la frase dicha por el dirigente socialista en la última cesión de investidura “UN gobierno coherente y cohesionado, no dos gobiernos sr. Iglesias” La cohesión no está en el programa o los intereses del pueblo, está en él y su partido, aunque se proclame lo contrario. Si fuera únicamente lo pragmático lo que lleva a Sánchez a enfrentar a Unidas Podemos. La energía empleada, los argumentos expuestos tomarían un tono -sin pretender destruir- diferente; un tono que por ahora -hasta que estos se conviertan en peligro por el poder- se emplea con los demás. No solo se pretende, al parecer, destruir a su socio preferente y así cohesionar en sí mismo el liderazgo de la izquierda, asumiendo empero, posiciones que en su tiempo fueron las propuestas de la derecha -no hablar fuera de la constitución con los separatistas (mariano Rajoy) o que el problema de Cataluña no es un problema con el estado central es un problema de convivencia entre catalanes (Ciudadanos)- y así exigir la abstención de la derecha para lograr una nueva investidura. Pero se continua, después de las elecciones autonómicas y municipales del 2019 el PSOE -ganador- ha llevado este pragmatismo a toda la nación, ahora se pacta incluso con los sucesores políticos de ETA para gobernar. Aceptado el nuevo relato, pactar con los seguidores de aquellos que asolaron con bombas y muertos, no es un acto tan trascendental como enfrentarse a la derecha sobre los impuestos. Si hay que mantener el poder en las propias manos todo está permitido, la ambición de Sánchez es ahora la ambición del PSOE.
Es en este punto donde actos reconocibles -pactar con quien sea que lo lleve al poder, incluso los sucesores de ETA; reavivar la memoria histórica para recontar la historia; mentir cínicamente- se hacen “banales” ante “problemas más de fondo”. Es cuando los análisis teóricos sucumben o se convierten en teorías que blanquean el nuevo relato. Es mejor, argumentan algunos intelectuales apoyándose en lo pragmático, quitarle el campo de maniobra a Sánchez pactando con él para mantenerlo en el redil. Si sus acciones se deben a un deseo de poder que es comprendido dentro de lo normal de todo político, es preferible obligarlo a no pactar con aquellos que han demostrado buscan destruir la democracia. Así, incluso, se puede hablar mejor de los impuestos. Lo acertado de los análisis de Hanna Arendt se deben, entre otras cosas, a que buscó entender la condición humana, la psicología del individuo en el poder como uno de los orígenes de sistemas que concluirán en el totalitarismo. Por eso, si para para entender a Pedro Sánchez se toma solo la ideología que lo diferencia de Bolsonaro o los aspectos psicológicos que lo distinguen de Trump, solo se realiza un análisis insuficiente.
Mariano Rajoy definió la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia en el 2016 como un bluf (el montaje propagandístico destinado a crear un prestigio que luego se revela falso).  Así, el líder el PP develaba, en un discurso que parece muy actual, las acciones de Sánchez. “Ha estado usted -Sánchez- un mes improvisando programas” le decía Rajoy desde la tribuna y lo acusaba de “amontonar un par de ideas que suenan bien” para buscar un apoyo “con el único argumento de que otro no gobierne”. El líder del PP se mofaba de este y otro argumentos, de quien se presentaba a la investidura, aunque su partido -el PSOE- había sido segundo en la votación general, revelando la mentira que Sánchez pretendía hacer pasar por verdad “el señor Sánchez nos quiere hacer creer que quien ha ganado las elecciones no es el PP, es un tal señor cambio”. Ahora que ese tal señor ha llegado al gobierno con moción de censura avalada por otros grupos parlamentarios y luego de investidura solventada por los independentistas, este acaba de ganar las elecciones. Rajoy pudo develar la técnica, pero no impedirla.
En la nueva normalidad instaurada por Sánchez, los argumentos esgrimidos en ese tiempo por él mismo para evitar una investidura, ahora son una irresponsabilidad con la estabilidad del país.
Es importante también hacer notar, el populismo necesita de la masa, que el presidente en funciones, ha realizado consultas con las organizaciones sociales -consultas que Unidas Podemos ya realizó y cuyas conclusiones ya presentó al PSOE- para convencer ahora y en unas posibles nuevas elecciones a un electorado más amplio y no para satisfacer a PODEMOS. El posible jaque mate a Pablo Iglesias sobre un tablero demoscópico -se verá la reacción de Iglesias- demuestra esa habilidad que los líderes populistas poseen, la astucia. Esta astucia obligará a que si hay nuevas elecciones y las cuentas salen, Pedro Sánchez se abrazará a Iglesias (a ninguno le escocerá los insultos intercambiados en esta investidura) 
Por el momento ya se ve como una parte de la sociedad polarizada y desconcertada celebra y recibe como héroes a aquellos que salen de cárceles –miembros de ETA- donde han sido condenados por atentar contra los principios de la democracia, contra la vida de las personas. Dentro del PSOE, después de que este se convirtiera en el partido gobernante, las voces que cuestionaban conductas discordantes con la historia no populista del propio partido han sido rebajadas a murmullos que cada día que pasa -las encuestas lo muestran- valen menos.
En el nuevo Gleichscgaltung, se acusa -con argumentos ideológicos o pragmáticos- que aquellos que gritan o denuncian esta forma peligrosa de actuar, de blufear, no son racionales o lógicos. El no aceptar, arguyen, esta nueva normalidad -no pactar- solo demuestra una saña personal contra el líder del PSOE y su partido. De lo mismo -saña personal- se acusaba a unos cuantos opositores a principios de los gobiernos de Hitler, Trump o Evo Morales.

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