NIFFF
Por: Milován España
Poco después de salir
de la estación de trenes de Biel, con destino a Neuchâtel y donde me dirijo para participar del NIFFF (Neuchâtel International Fantastic
Film Festival) el tren debe atravesar los 2432 metros del túnel de Vingelz,
un túnel que para mí cruza una frontera que divide no solo dos regiones de
idioma diferente en un mismo país, sino y sin hacer caso del mapa, dos mundos
diferentes.
La ciudad donde cada
verano se realiza el festival de cine, está ubicada a las orillas del lago que
lleva el mismo nombre de la pequeña urbe. Un lago de grandes proporciones y que se encuentra situado en
la región de habla francesa de Suiza.
En la región, la
vegetación es mediterránea y las fachadas prefieren los colores claros y
pasteles a los sobrios u opacos de la parte del país de habla Alemana.
Sin embargo, aún en
los soleados y largos días del verano la penumbra llega y oculta la
tranquilidad del lago. Es entonces cuando luces artificiales hacen evidente el
castillo medieval que desde una colina, domina un centro histórico aún más
antiguo. Las plazas pequeñas, fuentes antiguas, fachadas decoradas, parecen las
locaciones propicias para una película de Darío Argento y alejan a la ciudad de
historias de praderas verdes donde Heidi persigue nubes. Cerca de Neuchâtel no hay pistas de esquiar.
En el centro histórico solo hay callejuelas cortas y sombrías, fachadas que intimidan o parecen esconder historias macabras, sucesos extraños o leyendas
fantásticas.
Historias delirantes que
se dan a conocer cuando en diez días de festival, estas se proyectan en forma
de películas. Películas de realizadores que prefieren los detalles extremos de
una historia con apariencia de común o la búsqueda de símbolos enraizados en
una sique antigua, casi olvidada.
El festival fue
fundado en el primer año del milenio por un grupo de estudiantes, siendo desde
entonces que ha promovido el cine fantástico o sus subgéneros; haciendo
especial énfasis en el cine de horror y asiático en los inicios del festival.
Este año ha culminado su versión 17 siguiendo una política de apertura a
realizaciones de otros continentes.
Según se lee en la
página oficial de evento “El concepto de "cine fantástico" en el que se
basa la programación del NIFFF abarca aquellas películas que trascienden la
visión comúnmente aceptada de la "realidad normal" definida por las
"leyes de la naturaleza”. Estas transgresiones pueden tomar muchas formas
diferentes, que van desde la más espectacular a la más sutil. Formas que pueden
introducirnos en mundos completamente imaginarios, alojando una duda minuciosa
en nuestra percepción habitual de la realidad cotidiana”.
Algunas de estos
filmes no solo han ganado algún premio del jurado internacional del festival o
el reconocimiento de críticos o el público asistente; algunas de ellas ya se
han convertido en obras de culto en el mundo entero.
El Premio del jurado
internacional al mejor film H.R. Giger “Narcisse”, es la distinción más importante
que se otorga en el NIFFF. La acreedora para este años fue la cinta “Super dark
times” de Kevin Phillips, de Estados Unidos. Entre la lista memorable de
ganadores se encuentran filmes tan importantes como: “Under the shadow” de
Babak Anvari; “Trollhunter” de André Øvredal o las más conocidas a nivel
mundial como: “The machinist” de Brad Anderson o la; “28 days later” de Danny Boyle.
Otro premio
importante que el festival concede es al, Nuevo cine de Asia. Siendo ganadora
en esta versión del festival, el film “Trapped” del director hindú Vikramaditya
Motwane. Aunque irremediablemente debe mencionarse títulos como las ya
legendarias “Ichi de Killer” de Takashi Miike, o la hilarante “Hello ghost” de Kim young-tak.
Pero la lista de
películas que han pasado por las pantallas del festival no puede prescindir de
títulos que se han convertido ya en pequeños clásicos. Títulos como: la
Neozelandesa “What we do in the shadows” de Jemaine Clement & Taika
Waititi; la atrapante adaptación del manga “Zebraman” realizada por el director
japonés Takashi Miike; la genial versión de la que se ha convertido en una de
las mejores películas de vampiros de nuestro tiempo, “Let the right one in” del
director Sueco Tomas Alfredson; “Antichrist” de Lars von Trier. Una lista que
menciona solo algunas de las que han logrado una repercusión mundial y que deja
de lado, de forma injusta pero necesaria por cuestiones de espacio, títulos muy
importantes.
Para este año su
fórmula de apertura e impulso de este tipo de cine ha añadido a la sección,
Rusia extravagante que muestra filmes de este país, la sección Blood window y
que muestra el cine fantástico que se realiza en Latinoamérica. Así el cine de
denuncia social o político que parece ser la característica del cine
Latinoamericano, en el Festival de Neuchâtel
invita a una transgresión, tal vez, ya muy necesaria para la región.
Es precisamente este
tipo de transgresiones lo que cautivan a un público que prefiere un cine fuera
de la gran industria. Realizadores que ven su arte amenazado en su originalidad
cuando una producción de gran presupuesto impone las reglas de la industria
antes que las del arte. Reglas que en
los festivales de cine, precisan antes que la película misma, el gusto por las
alfombras rojas o las estrellas que escenifican escándalos ante una multitud de
flashes. En el NIFFF, esta “realidad normal”, intimida.
Y aunque parece
extraño, cerca de paseos o restaurantes que evocan la costa azul francesa,
junto a playas que invitan a relajarse echados en una tumbona mientras se disfruta
la bebida hit del verano; seres amantes del cine de género se encierren en
salas oscurecidas a disfrutar una pasión diferente. Individuos que se congregan
en parroquias abarrotadas de fieles enfundados en poleras que invocan cultos
extraños o pantalones cortos sin marca.
Una de las principales
salas del festival, “Temple du Bas” fue en un no tan remoto pasado una iglesia
de la ciudad. En el presente y frente a un altar blanco, seres escondidos en la penumbra; glorifican secuencias perfectamente logradas, se maravillan de un plano artístico, aclaman la ejecución violenta del villano, se regocijan con la
victoria de aquel que no se rinde al asesino, vociferan de éxtasis ante lo
extremo de lo extraño, se enamoran de seres confundidos.
Pero el NIFFF es
también una locación de nuevas posibilidades. No solo acuden proyectos
cinematográficos concluidos sino también se realizan diferentes eventos que se
preocupan de promocionar y entender nuevas formas que ayuden en la realización
de proyectos en ciernes. Nuevas tecnologías se muestran, charlas especializadas
convocan a aquellos futuros realizadores que están en la búsqueda de
herramientas siempre necesarias.
Es así que durante
estos 17 años no solo se han presentado artilugios que ayuden con la animación
o efectos especiales y que para el presente se han convertido en la norma de
ciertas filmaciones; sino que también ha desfilado una legión de creadores ya
reconocidos en el mundo exterior o semidióses en el submundo de lo fantástico.
En el 2014 G.R sedujo a un público que lo ovacionó con rabia. En el 2015 Michael Moorcock emocionó con sus crónicas de
héroes. En el 2016, John Carpenter no solo converso con el público sino que divirtió como DJ de una fiesta que se
asemejaba a un Halloween bajo una luna oscura.
Pero no
es posible obviar a nombres ilustres que han asistido como invitados a versiones
anteriores: Ray Harryhausen, Terry Gilliam, Dario Argento, Bong Joon-ho, así
como el huésped de honor de este año, Miike Takashi.
El realizador japonés de
películas clásicas como “Audition”, “Gozu” o la ya mencionada “Ichi the Killer”
seguida por un exagerado largo etc., Enfrentó las preguntas del público con la
tranquilidad que un occidental preconcibe de los asiáticos. Una de sus
respuestas ha quedado en mi mente. Alguien decidió preguntar si él se imaginaba
filmar en la región. “Sería genial ver salir del lago de Neuchâtel miles de asesinos yakuzas
mientras helicópteros sobrevuelan la ciudad o tal vez solo un monstruo gigante;
pero las aguas del lago son tan tranquilas que sería una historia… en lo menos,
extraña” respondió con una sonrisa que parecía
esconder algo terrible.
Es difícil de
encontrar un set tan apropiado para un festival de cine que cuestiona la
realidad que se nos hace cotidiana, una realidad que sin lo extremo o lo
extraño de nuestra mente se asemeja a una ilusión que solo aprisiona.
Es tal vez solo un
gusto por lo no “normal” que se repite en diferentes formas narrativas cada vez
que se pagan las luces del teatro lo que me hace volver cada año al NIFFF; una
normalidad que de forma extraña se distorsiona, cada vez que mi tren se
adentra en el túnel oscuro de Vingelz.