El populismo, caso Pedro
Sánchez
El populismo ha tomado por asalto España. Una afirmación
que, escrita al momento en que Pedro Sánchez logró un pacto para realizar una
moción de censura y luego poder ser investido como presidente de España a finales
de junio del 2018, resultó para muchos temeraria. Dadas las características y la
coyuntura actual de la política española (septiembre del 2019) y dado lo controvertido que puede
resultar tal afirmación para un político (Pedro Sánchez) respaldado por el PSOE
(Partido Socialista Obrero Español), es necesario exponer argumentos consistentes y que
además puedan ser contrastados a la luz de los últimos acontecimientos. Esta realidad me permite, esto escribo con pesar, volver a la afirmación de hace un año sin
ningún temor. El populismo ha tomado por asalto una moderna democracia europea.
La RAE define el populismo como la «tendencia
política que pretende atraerse a las clases populares» y las ciencias sociales como
«una ideología que se basa en la diferenciación y la posición maniquea (la
filosofía que reduce la explicación de la realidad a dos principios opuestos) entre
“el pueblo” (que es visto de forma positiva) y “la élite” (concebida como una
forma negativa)».
Esta forma de hacer política -el populismo- debe ser
separada de ideologías ordenadas -el Comunismo y el Fascismo poseen técnicas
similares en cuanto nos referimos a la forma de la toma del poder y la administración del gobierno; pero estas -ideologías- no se
ocultan bajo un zurcido manto democrático. Por esto y aunque parezca
contradictorio, existe el populismo de
izquierda -aquella que siguiendo la teoría Marxista acepta la dicotomía
pueblo-élite definiendo pueblo como la clase social explotada y a la élite como
la clase social explotadora-; y el populismo de derecha -aquella que concibe al
pueblo por una característica biológica o cultural que la hace superior pero
que dado un contexto político especial se encuentra bajo el yugo de una élite que se encuentra en el poder-.
Es esta
oposición maniqueísta la que predomina -en los movimientos populistas- como técnica de seducción electoral. Técnica que se convierte en aún más importante que las raíces ideológicas mismas, no importando si estás son de izquierda o
derecha, pero que en sus extremos tienen en común su oposición abierta a la
democracia liberal -a la que se culpa de todos los males posibles- y que se convierte en una posición que deja una estela clara que permite identificar este tipo de
movimientos políticos. Creo, sin embargo, que es necesario añadir dos elementos
que han sido minimizados al momento de concluir esta identificación -en
diferentes realidades nacionales e históricas y donde la diferencia izquierda
derecha todavía predomina- para los análisis teóricos.
El dinamismo militante. Una vez establecida la negación
-señalado el enemigo: el Imperio, la Unión Europea, los inmigrantes, la casta,
el pantano de Washington o de Génova, la extrema izquierda o la extrema
derecha, etc- se ofrece una afirmación que se traduce en soluciones fáciles
para problemas complejos que aquejan a la sociedad. Problemas que pronto serán
solucionados por políticas de “sentido común y/o patrióticas”. Una serie de
soluciones que para ser implementadas necesitan una serie de acciones -solo desde
el poder- que garanticen conducirán al “pueblo” a un lugar que se le ha negado
o robado. Para llegar a esa meta se necesita rendirse a un dinamismo militante
sostenida por una renovación de una fe “perdida”, en este caso, en la
democracia que hay que renovar/transformar para adaptarla a la nueva utopía. Cuando solo se pronostica el mal,
no son los razonamientos los que pueden devolver la fe a quienes desesperan de
todo, sino solamente la pasión. Por eso, todos los populismos, se encuentran en
una eterna campaña electoral. Esta eterna movilización provoca y requiere de
una militancia comprometida con lo pragmático de los resultados que al final
deben sobreponerse a cualquier tipo de valores y principios. Es entonces cuando
se justifican los propios actos y se requiere de la fórmula de Jünger que al
final se convierten en el real programa político “devenir vale más que sobrevivir”.
Pero esta fórmula significa identificar la corriente de la vida en el nivel más
bajo y contra toda realidad superior. Rosenberg termina esta identificación al
referirse a esta manera de devenir como “el estilo de una columna en marcha, y
poco importa -al final- hacía que destino y para qué fin esta columna está en
marcha”. La verdadera lógica de este dinamismo, al final, es la derrota o el
caminar de conquista en conquista o de enemigo en enemigo. Aquí los valores
sucumben ante lo pragmático. El logro de
la meta requiere esfuerzos sobrehumanos.
El único guía. Para poder mantener cohesionado una
militancia ferviente el populismo necesita de un único guía. Aquel ser que
encarne las ansias de reivindicación de un pueblo sometido y al mismo tiempo
señale el camino correcto. La eterna
discusión sobre qué aparece primero, el dirigente político o la coyuntura que da
valor a este ser, me parece desvía el punto sobre lo esencial dado que ambas
realidades solo se materializan en una eterna dialéctica. La discusión
esencial radica en identificar este “tipo” de guía ya que será éste quien
defina el “estilo” del movimiento sobre el que se construirá el nuevo relato.
Un relato que se basa en el cinismo. Hanna Arendt en su origen del totalitarismo describe este proceso con
maestría. "En un mundo siempre
cambiante e incomprensible, las masas habían llegado al punto en que, al mismo
tiempo, creerían en todo y en nada, pensarían que todo era posible y nada era
cierto... Los líderes de masas totalitarios basaron su propaganda en la
correcto suposición psicológica de que, bajo tales
condiciones, uno -el líder- podría hacer creer a la gente las declaraciones más
fantásticas y confiar en que si al día siguiente se les da una prueba
irrefutable de su falsedad, se refugiarían en el cinismo; en lugar de abandonar
a los líderes que les habían mentido, -sus seguidores- protestarían diciendo
que sabían desde el principio que la declaración era una mentira y que
admirarían a los líderes por su astucia táctica superior". Nuestro tiempo ha vuelto a
esa coyuntura donde Stalin y Hitler -a quienes se refiere Arendt- se hacen
reconocibles no en el pasado, sino en premoniciones de un posible futuro. Pero, es este cinismo actual que sin pudor alguno se ha convertido en método político. Un método que, en democracias como la
española, todavía es rechazada por una mayoría. Pero ahí radica el peligro, un
poco de carisma puede ayudar a convencer a la mayoría de rebajar el cinismo a
algo banal. Esta banalidad es el germen, la fuente donde nace
cualquier totalitarismo. Boris Jonhson proclama que, como táctica general de
vida, “es normalmente rentable el dejar deslizar que uno no sabe de un tema, ya
que dar la leve impresión de que uno pretende de forma deliberada no saber del
tema -y aunque en realidad uno no sepa nada- hará que la gente no pueda
diferenciar entre si uno sabe o no”. En esta época, donde los políticos repiten
los principios de la democracia hasta vaciarlos de contenido, uno ya no se
puede asombrar de lo asombroso; solo queda lo cínico. Por eso, una inocencia
calculada logra convertir una técnica terrible en digerible para la masa. Con semejante
técnica, además, se puede reconstruir la realidad a la medida de las necesidades
del guía que cínicamente, además, se declara el único ser honesto. Las mentiras,
hoy, son tan descaradas que hacen dudar de la realidad visible, comprobable;
pero que en la voz del único guía -más aun cuando este las “escribe” desde el
poder- se convierten en “la verdad” que debe ser sostenida por un séquito
intelectual y una militancia adoctrinada. Cuando los intelectuales y
políticos se rinden y aceptan estas formas, cuando el Gleichscgaltung
(adaptación al nuevo régimen) se convierte en la norma, una democracia solo
tiene un final posible; su destrucción.
Cabe recalcar que no comparo a ningún líder populista y mucho menos a Sánchez con Hitler o Stalin, sus actos no se acercan a la crueldad y terror que estos líderes totalitarios ejecutaron; comparo a los populistas actuales con los líderes que precedieron un periodo tan oscuro en la humanidad, aunque en algunos países esta oscuridad no se hace tan lejana. La democracia, no solo en España, en este tiempo, todavía presenta batalla y es ahí la importancia de recordar lo que ya se ha -con horror- vivido.
Cabe recalcar que no comparo a ningún líder populista y mucho menos a Sánchez con Hitler o Stalin, sus actos no se acercan a la crueldad y terror que estos líderes totalitarios ejecutaron; comparo a los populistas actuales con los líderes que precedieron un periodo tan oscuro en la humanidad, aunque en algunos países esta oscuridad no se hace tan lejana. La democracia, no solo en España, en este tiempo, todavía presenta batalla y es ahí la importancia de recordar lo que ya se ha -con horror- vivido.
Pero hoy, es la Verdad -en este contexto político- quien esta imputada y debe
demostrar su inocencia. En términos más simples, es el tiempo en que la razón
pesa menos que las ansias de poder, aunque esta -ambición- se camufle en
postulados y sistemas teóricos estructurados. Así, ya no es extraño ver a Donald
Trump que se declara liberal en lo económico usar técnicas proteccionistas; no
es desconcertante comprobar que Evo Morales que se autoproclama protector de la
madre tierra y socialista, legalizar la quema de los bosques para ampliar esa necesidad “capitalista salvaje” de crear riqueza a toda costa.
Lo importante es que el único guía -aunque este solo sea la cara visible del
movimiento militante que pretende o se aferra al poder- sostiene el nuevo
relato al que, primero su partido y luego la sociedad entera, debe ceder.
Así, una democracia infectada por un virus que la ataca
desde dentro, se encuentra agonizante. El principio -uno de los pilares de la
democracia liberal- basado en que el ser humano es corruptible, por lo que
precisa de unos contrapesos en el poder -donde los conceptos legales técnicos se sobreponen a la ambición personal o grupal-, es catalogada por los populismos como
ineficiente para sostener una democracia asediada por una amenaza
“claramente” identificada. La consecuencia inmediata es la aceptación que las
instituciones no son contrapesos de poder, son en verdad lastres que deben ser
arrebatados para poder combatir con eficiencia a ese enemigo. Aquí, la
democracia liberal -que ha elevado a dogma la aceptación del que el
“cliente-votante” nunca se equivoca- se enfrenta a un virus que la enferma
desde su mismo sistema de defensa; elecciones.
El populista cuestiona los principios de las
constituciones -que es diferente a plantear modificaciones puntuales que la
actualicen- argumentando que incluso estos -los Principios- pueden ser llevadas
a votación si es el “pueblo” el que lo pide. Sin embargo, dichos Pilares son la
representación política de consenso -los fundamentos- sobre la que se sostienen
el edificio de la democracia; sin estos fundamentos la democracia no se
actualiza, se convierte en otro sistema político. Si una mayoría pretende
lograr que se norme la ablación (circuncisión femenina) o que se establezca un
único partido, esta propuesta debe ser rechazada por aquellos que creen en la
democracia ya que no solo se estaría cambiando una norma; se destruiría un Principio
de la democracia sin el cual se empieza un recorrido hacía
el campo de concentración.
Y aquí seguro se
cuestionará mi afirmación de hace un año. ¿Se puede acusar a Pedro Sánchez,
incluso al PSOE, de ser populistas? Más de 100 años de historia son muy
difíciles de cuestionar es cierto, pero no se cuestiona esta historia, se alega
contra el presente. Pero Pedro Sánchez, es realidad un mejor ejemplo, dado su
estilo diferente de otros líderes populistas que asumen lo ordinario y lo inculto
como necesidad para ser entendido por las masas. Y el presente político del
PSOE muestra al actual partido de gobierno en España y su presidente con las
características inequívocas de un populismo, si se incluyen los dos aspectos
que menciono párrafos arriba. Pero es este grado de sutileza, de astucia en el
relato y los actos que debe ser denunciado ya que representa un peligro mayor. El
partido Republicano -con tanta historia democrática también- sigue este proceso
de degradación y, ya pocos dudan que sus seguidores son más “banane
republicaner” bajo el dominio de Donal Trump que seguidores de un partido que
atesora principios democráticos. Una parte del partido conservador en
Inglaterra se ha rendido a Boris Johnson que asume que el sistema de
cooperación, construida después de las matanzas de la segunda guerra mundial, perjudica
a la nación. Así que la historia grande de un partido político no es suficiente
garantía cuando se lo ha infectado de populismo.
Y Pedro Sánchez, sin duda
alguna, ha cambiado al PSOE que construye un nuevo relato que eleva la fórmula
-devenir (del ego) es mejor que sobrevivir- a un estado latente. Su libro
-escrito mientras es presidente en funciones- tiene el llamativo título de
Manual de la resistencia.
Un devenir que se rastrea
en actos puntuales. Para lograr la moción de censura y luego la investidura de Junio
de 2018, el líder del PSOE prefirió asumir el relato de Unidas Podemos -partido
tildado de populista- para convencer. En ese entonces, Sánchez, hablaba de:
Presupuestos dignos; de los brazos abiertos a los buques que rescataban migrantes
en el mediterráneo; de una época de regeneración donde las instituciones no
fueran absorbidas por el partido de gobierno; teorizaba con una nación de
naciones. Una vez en el poder: se contabilizan como éxitos propios los logros
alcanzados en parte por unos presupuestos que fueron consensuados por el PP y
el PSOE califico de inmoral en su momento; los brazos ya no permanecen abiertos;
se mete mano en las instituciones de todos, RTVE y el CIS muestran cada vez más
parcialidad con las necesidades de Sánchez; se pacta -en secreto- con los
partidos que alientan el separatismo mientras se grita que ellos -los del PSOE-
apoyaron al PP para aplicar el artículo 155 para luchar contra estos mismos
partidos; se utiliza la memoria histórica para promover el nuevo relato donde
solo existió un partido que defendió y construyo la democracia. La ideología o
la coherencia siempre supeditadas al poder. Un año después, los postulados
prestados de Podemos y que ayudaron a convencer -aunque se los mantiene cuando
es necesario- son denunciados como extremistas. Y esta denuncia, como jugada
política, sirve para justificar el no realizar una coalición de gobierno con un
partido con similitudes ideológicas y con los que incluso ya pactaron unos
presupuestos para la nueva legislatura. Por este deseo de hegemonizar la
izquierda y luego avanzar, y no necesariamente por lograr políticas de
izquierda, es que devela de forma más clara el tipo de movimiento que Sánchez
dirige. Un deseo que se puede resumir en la frase dicha por el dirigente
socialista en la última cesión de investidura “UN gobierno coherente y
cohesionado, no dos gobiernos sr. Iglesias” La cohesión no está en el programa
o los intereses del pueblo, está en él y su partido, aunque se proclame lo
contrario. Si fuera únicamente lo pragmático lo que lleva a Sánchez a enfrentar
a Unidas Podemos. La energía empleada, los argumentos expuestos tomarían un
tono -sin pretender destruir- diferente; un tono que por ahora -hasta que estos
se conviertan en peligro por el poder- se emplea con los demás. No solo se
pretende, al parecer, destruir a su socio preferente y así cohesionar en sí
mismo el liderazgo de la izquierda, asumiendo empero, posiciones que en su
tiempo fueron las propuestas de la derecha -no hablar fuera de la constitución
con los separatistas (mariano Rajoy) o que el problema de Cataluña no es un
problema con el estado central es un problema de convivencia entre catalanes (Ciudadanos)-
y así exigir la abstención de la derecha para lograr una nueva investidura. Pero
se continua, después de las elecciones autonómicas y municipales del 2019 el PSOE
-ganador- ha llevado este pragmatismo a toda la nación, ahora se pacta incluso
con los sucesores políticos de ETA para gobernar. Aceptado el nuevo relato,
pactar con los seguidores de aquellos que asolaron con bombas y muertos, no es
un acto tan trascendental como enfrentarse a la derecha sobre los impuestos. Si
hay que mantener el poder en las propias manos todo está permitido, la ambición
de Sánchez es ahora la ambición del PSOE.
Es en este punto donde
actos reconocibles -pactar con quien sea que lo lleve al poder, incluso los
sucesores de ETA; reavivar la memoria histórica para recontar la historia;
mentir cínicamente- se hacen “banales” ante “problemas más de fondo”. Es cuando
los análisis teóricos sucumben o se convierten en teorías que blanquean el
nuevo relato. Es mejor, argumentan algunos intelectuales apoyándose en lo
pragmático, quitarle el campo de maniobra a Sánchez pactando con él para
mantenerlo en el redil. Si sus acciones se deben a un deseo de poder que es
comprendido dentro de lo normal de todo político, es preferible obligarlo a no
pactar con aquellos que han demostrado buscan destruir la democracia. Así,
incluso, se puede hablar mejor de los impuestos. Lo acertado de los análisis de
Hanna Arendt se deben, entre otras cosas, a que buscó entender la condición
humana, la psicología del individuo en el poder como uno de los orígenes de
sistemas que concluirán en el totalitarismo. Por eso, si para para entender a
Pedro Sánchez se toma solo la ideología que lo diferencia de Bolsonaro o los aspectos
psicológicos que lo distinguen de Trump, solo se realiza un análisis insuficiente.
Mariano Rajoy definió la
candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia en el 2016 como un bluf (el montaje
propagandístico destinado a crear un prestigio que luego se revela falso). Así, el líder el PP develaba, en un discurso que
parece muy actual, las acciones de Sánchez. “Ha estado usted -Sánchez- un mes
improvisando programas” le decía Rajoy desde la tribuna y lo acusaba de “amontonar
un par de ideas que suenan bien” para buscar un apoyo “con el único argumento
de que otro no gobierne”. El líder del PP se mofaba de este y otro argumentos, de
quien se presentaba a la investidura, aunque su partido -el PSOE- había sido
segundo en la votación general, revelando la mentira que Sánchez pretendía
hacer pasar por verdad “el señor Sánchez nos quiere hacer creer que quien ha
ganado las elecciones no es el PP, es un tal señor cambio”. Ahora que ese tal
señor ha llegado al gobierno con moción de censura avalada por otros grupos
parlamentarios y luego de investidura solventada por los independentistas, este
acaba de ganar las elecciones. Rajoy pudo develar la técnica, pero no impedirla.
En la nueva normalidad
instaurada por Sánchez, los argumentos esgrimidos en ese tiempo por él mismo
para evitar una investidura, ahora son una irresponsabilidad con la estabilidad
del país.
Es importante también
hacer notar, el populismo necesita de la masa, que el presidente en funciones, ha
realizado consultas con las organizaciones sociales -consultas que Unidas
Podemos ya realizó y cuyas conclusiones ya presentó al PSOE- para convencer
ahora y en unas posibles nuevas elecciones a un electorado más amplio y no para
satisfacer a PODEMOS. El posible jaque mate a Pablo Iglesias sobre un tablero
demoscópico -se verá la reacción de Iglesias- demuestra esa habilidad que los
líderes populistas poseen, la astucia. Esta astucia obligará a que si hay nuevas elecciones y las cuentas salen, Pedro Sánchez se abrazará a Iglesias (a ninguno le escocerá los insultos intercambiados en esta investidura)
Por el momento ya se ve
como una parte de la sociedad polarizada y desconcertada celebra y recibe como
héroes a aquellos que salen de cárceles –miembros de ETA- donde han sido
condenados por atentar contra los principios de la democracia, contra la vida de
las personas. Dentro del PSOE, después de que este se convirtiera en el partido
gobernante, las voces que cuestionaban conductas discordantes con la historia no
populista del propio partido han sido rebajadas a murmullos que cada día que
pasa -las encuestas lo muestran- valen menos.
En el nuevo Gleichscgaltung,
se acusa -con argumentos ideológicos o pragmáticos- que aquellos que gritan o
denuncian esta forma peligrosa de actuar, de blufear, no son racionales o
lógicos. El no aceptar, arguyen, esta nueva normalidad -no pactar- solo
demuestra una saña personal contra el líder del PSOE y su partido. De lo mismo -saña personal- se acusaba a unos cuantos opositores a principios de los gobiernos de Hitler, Trump o Evo Morales.